El paso de las estaciones nos recuerda nuestra propia fragilidad, traducida en el discurrir del tiempo, cerrando unos ciclos y abriendo otros. La naturaleza, siempre sabia, nos enseña a lo largo de un año en cuatro ocasiones, que todos podemos adaptarnos a los cambios, al igual que los hacen el resto de los seres vivos que nos rodean. Simplemente se trata de aceptar los cambios e incluirlos en nuestro discurrir vital, sin negativizarlos, manteniendo siempre una actitud positiva para afrontar el nuevo ciclo que se abre ante nosotros.

En el CROA tenemos la oportunidad de disfrutar todas las estaciones, viviéndolas intensamente en los pequeños detalles que nos rodean. Durante el otoño se ha engalanado de colores amarillos, ocres, rojizos y marrones, que han ido desapareciendo poco a poco, danzando al son de viento que los arrastraba, acabando extendidos por el suelo y el agua, formando un tapiz denso y crujiente.

Nuestras pequeñas lagunicas se cubrieron de una alfombra de hojas que las mimetizaba con el suelo, ocultándolas a nuestra vista, resaltando únicamente por el brillo que el sol arrojaba sobre ellas al descubrir el agua que las envolvía.

Y así, ese manto siguió creciendo a lo largo de los días, hasta que el otoño tocó a su fin, y el frío comenzó a helar la superficie de las lagunicas, quedando la hojas atrapadas en el hielo, como si el invierno hubiero decidido regalarnos una foto fija del otoño, para recordarnos, cada vez que la miramos, que la naturaleza sigue su ciclos, que en definitiva son los nuestros, y que después de un invierno frío llegará la primavera, donde todo volverá a renacer y llenará de color nuestras pupilas y nuestra alma.